Después de
un buen descanso en casa, en la que también se está muy a gusto, nos dirigimos a
Agüimes, un municipio de contrastes en sus labores, “la vará del pescao” legado
marinero, la “trasquilá” y “ordeñá” de la labor pastoril, contraste en sus
cadencias, callejones que ofrecen silencio, viento que mueve molinos, contraste
en sus moradas, casas señoriales y cuevas excavadas, contraste en sus festejos,
vestimenta tradicional y colorido de carnaval…
Nuestra
primera parada nos ofrece el casco histórico de esta Villa del sureste
grancanario, a la sombra del Roque Aguayro. Perderte entre sus callejones es
encontrarte con casas de piedra, estatuas de bronce, color y calor…
…y ahora el frescor
que se abre paso al adentrarnos en el verdor del Barranco de Guayadeque, en el
que su manantial continuo nos arrulla y sus cuevas nos cobijan.
Y del
barranco a la Caldera de Los Marteles, ruta obligada del senderista, donde aún estando
solo, te sientes acompañado. Rompe el silencio el zumbido de las abejas, el
colorido azul del tajinaste y el amarillo de las cañahejas y retamas.
Se nos
abre el apetito, garrapiñadas para el camino y un “buchito” de ron miel.
Y ahora sí,
Gran Canaria nos muestra su interior, siguiendo una ruta serpenteante llegamos
al corazón de la isla. Los municipios de Tejeda y Artenara nos sirven de
miradores naturales para contemplar la belleza a nuestro alrededor. Mantenemos
la firmeza de nuestra mirada hacia el Roque Bentaiga, lugar sagrado para los
aborígenes, y hacia el Roque Nublo, todo un simbolismo en Gran Canaria.
El Fraile
contemplativo ve cada mañana abrirse un mercadillo donde decenas de artesanos
ofrecen sus productos típicos y elementos tradicionales. El bienmesabe, a base de
almendra y miel, se está convirtiendo en un acompañante habitual de los helados
mientras se pasea por el Parador Nacional de Tejeda que nos invita a descansar.
Barrancos, calderas y roques; garrapiñadas, bienmesabe y mazapán; zumbidos y silencio; del sureste a la cumbre grancanaria.
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