jueves, 9 de mayo de 2013

En Cobá y Tankah, como mayas

Este jueves teníamos la prueba definitiva para saber si nuestra adaptación a la exótica selva mexicana y a las costumbres mayas ha sido exitosa. Con el bañador puesto, las pilas cargadas y en la mochila agua para combatir el fuerte calor reinante en esta zona, nos dispusimos a superar varios retos gracias a la excursión que nos programaron los compañeros de TuBillete.com y Welcome Incoming Services.



Comenzamos con el más duro, la pirámide más alta del mundo maya: Cobá. Enclavada plenamente en la selva es la única que aún permite  el acceso para subir hasta su cima situada a 42 metros. Podría parecer una prueba bastante fácil de superar, pero para llegar a sus faldas debes recorrer casi 2 kilómetros por un camino habilitado en el corazón de la selva en el que los mayas crearon este excelente paraje arqueológico. El trayecto se puede hacer a pie, pero nosotros -junto a la pareja riojana- decidimos coger una bicicleta mientras el grupo iba a caminando para aprovechar e introducirnos en senderos que se desviaban del camino general y poder llegar a edificaciones mayas que no te llevan si vas caminando para acortar el tiempo. Una pirámide más pequeña y el  espectacular observatorio pueden ser algunas de las instantáneas que te pierdes si no te mueves en bicicleta. Cuesta 35 pesos por persona (algo más de 2 euros) y si no quieres pedalear, por el doble podrás ir en un triciclo.

  

Después de algunas paradas para hidratarse, llegamos a Cobá. La recompensa al esfuerzo es total. Una bellísima pirámide en una zona donde se respira aire puro, se escucha el piar de los pájaros y la brisa te refresca bajo inmensos árboles milenarios; te sirve para recordar que estás divisando un templo maya. Subirlo es opcional, pero no lo dudamos y nos aventuramos a conquistar su punto más alto. Los peldaños son irregulares y te puedes ayudar de una cuerda para ir poco a poco ganando metros. Algunos van a gachas y otros más habituados la suben sin ningún problema. Vale la pena animarse a superar este reto porque cuando estás en su cima Cobá te regala un magnífico paisaje, extensiones de selva muy cuidada que te muestran el amor y respeto de los mayas, y sus descendientes, por la naturaleza. Relajarse disfrutando del paisaje es muy fácil, pero no podíamos despistarnos del reloj porque la guagua de Welcome Incoming Services nos esperaba. Así que con mucha precaución bajamos, aunque Fer parecía un maya bajando los peldaños casi de dos en dos; dice que acostumbrado al malpaís de Güímar y las caminatas. ¡Vamos un guanche convertido en maya!

A pocos minutos de Coba se encuentra Tankah, donde la aventura está asegurada manteniendo el pleno contacto con la naturaleza. Dos tirolinas, una de 100 metros y otra de 200 sobre una preciosa laguna podrán a prueba el vértigo y valor de sus visitantes. A diferencia de las otras en las que nos hemos montado nos llamó la atención el mecanismo de frenado, un palo que debías colocar en la parte trasera cuando estuvieras llegando al destino. ¡Qué gozada lanzarte y ver la laguna a tus pies y abrirte camino entre los árboles!


En la meta de la tirolina más largas nos esperaban unas canoas. Todas estas actividades son opcionales pero Riviera Maya es aventura y no dudamos en coger una conjunto a Alberto y Tere, los riojanos. Al principio no nos coordinamos mucho y estábamos dando giros inútiles sin trayectoria alguna, pero le cogimos el tranquillo y fuimos mejorando adentrándonos en lagunas más pequeñas. Hacía calor y acabó con una guerra de agua en plena canoa, tanto nos mojamos que al bajarnos el resto del grupo pensaba que habíamos volcado, pero cuánto agradecimos ese "chapuzón" en la canoa.

Pero si aún teníamos calor nos los quitamos rápidamente con un baño en un cenote. ¡Qué gozada! El agua cristalina y el intenso verde de la vegetación que sirve de barrera natural del cenote, contrastaban con un cielo azul sin nubes y en el que el sol se encargaba de invitarte a darte un baño. No queríamos salir, no queríamos marcharnos, relajados y disfrutando de un paraje idílico.


Las tripas sonaban y la aldea maya nos tenían preparada la comida típica. Los trabajadores de este centro son todos descendientes mayas puesto que cuando se instauró el parque de aventura allí el empresario los contrató a todos, por lo que siguen teniendo su poblado, sus familias y costumbres; pero además prestan estos servicios. La carne a la brasa, la sabrosa fruta, las tortas - con las que hacerse los tacos- que realizaba una de las mujeres del poblado cada vez que se las pedías y sobre todo el lugar en el que estás comiendo; suponen un auténtico placer. Nosotros no nos animamos sino lo justo con el picante porque aún nos quedan muchos días y no queremos poder tener complicaciones intestinales, y es que sobre todo el habanero arde desde que entra por la boca hasta que llega al estómago. El fuego del dragón lo llaman algunos.

Como auténticos mayas que subimos a sus templos, navegamos en sus canoas, nos tiramos de lado a lado de la laguna en tirolinas, nos dimos un baño en sus piscinas naturales y degustamos su comida típica volvimos derrotados al hotel. Esta noche nos tocaba una cena romántica para los "lunamieleros" y cómo no, nos la habían obsequiado en el hotel.


Hemos hecho buenas migas con varias parejas de recién casados que en cada gesto demuestran el amor por el que han tomado este importante paso en sus vidas. José Manuel y Cristina, una pareja sevillana-madrileña; y los cántabros Javier y Mónica nos invitaron a cenar con ellos. Fue una velada romántica de tres parejas y es que dicen que lo bueno si se comparte se multiplica ¿Y qué hay más bonito que el amor? La cena fue inmejorable, tanto por la presentación de los platos, la degustación de la comida y la atención del personal; pero sobre todo por la compañía.

Con el relato de este día tan completo en el que podría decirse que nos han dado el carnet de mayas nos despedimos bajo la atenta mirada de la luna en este territorio que enamorará a cualquiera amante de la historia y la naturaleza. 

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